lunes, 25 de enero de 2010

Balneario de diario




Ya ha pasado un año. Quiero decir que ya es 2010. ¡Otro jodido año rellenando huecos, riendo paletadas y llorando en los momentos punzantes de un teatro, o de una sala de cine! Siempre en la oscuridad, o en la semi-oscuridad, o en la leche semidesnatada, o en el calcio de tus / mis huesos que son tuyos / míos por derecho propio.

Como mi agenda laboral y social es rica en sustrato, pobre en sustancia, mi cuerpo pide derecho a réplica, a abandono de hogar y cáscara, dejar la casa del caracol a un lado y vomitar 'aereamente' palabras. No sé desde cuándo tengo atadas a las palabras. Están esperando caer de la boca como cae la baba en el sueño más bobo del planeta.

Pues pienso mucho en balnearios. Nunca he estado en uno. Me lanzaría a uno de ellos desaforadamente, me lanzaría desde el torreón más alto de un balneario escondido entre un espeso bosque, con aguas termales, bañeras de mármol y plantas medicinales y mil masajes pero sin hostias de combinación de chocolate, pepitas de oro, caviar iraní y excrementos de duquesa... Leo La Montaña mágica, de Thomas Mann, y comprendo la fascinación de Hans Castorp por la clínica de reposo en la que se cura su primo. La tuberculosis es triste, y todo lo triste es bello, y engancha, y de esta enfermedad gozosa no se puede salir tan facilmente. Y Hans encuentra allí su territorio, el que siempre buscó y nunca encontró, el que siempre respiró en su memoria reptiliana. Es el síndrome de Estocolmo pero sin pasar por Estocolmo, son los doctores que dictan, con tiranía stultitia y hambre proto-fascista los latidos del corazón de Hans y otros tantos... Comprendo que Hans se deje llevar por el vals de los oprimidos, de los enfermos, de los pulmones velados y llenos de escarcha gris, recién pisada, pisoteada...

:: Y otra de balnearios de por medio ::